Estamos a finales de octubre y mientras espero a que llegue el ferrocarril, me doy cuenta de que mi reloj de pulsera no marca lo mismo que la pantalla de llegadas y salidas. ¡Suerte del móvil, que no tenemos que preocuparnos de cambiarle la hora!
Empiezo a darle vueltas y me doy cuenta de que la aparición de tecnologías como los medios de transporte públicos y las redes de comunicación propiciaron la estandarización de los horarios; de no ser así, en un mundo informatizado como el nuestro, sería imposible ponernos de acuerdo. Imaginad que nos conectamos a Internet para pedir cita con el médico. Si los ordenadores/tablets/móviles/cualquier dispositivo con conexión no fueran sincronizados, en la sala de espera habría más discusiones de las que ya hay. Esta es una de las razones que explican la existencia del UTC o Tiempo Universal Coordinado. Es la zona horaria de referencia que utilizamos actualmente (cuando estrenamos móvil siempre nos lo pide; en España, marcamos la opción UTC+1). En 1884 se empezó a utilizar el sistema GMT, que se basaba en la posición respecto al Sol, pero resulta que la rotación de la Tierra no es siempre exacta. Por esta razón, hoy nos basamos en los relojes atómicos, a los que se añaden o quitan segundos en junio y diciembre, según sea necesario para adaptarnos a la rotación de la Tierra. En esta convención se basan tecnologías como el GPS, los servidores NTP y otras aplicaciones como las comunicaciones vía satélite, la retransmisión por televisión en directo o, incluso, el comercio electrónico.
La verdad es que siempre me he preguntado sobre la utilidad del cambio de hora, si es que la tiene más allá de perjudicar el sueño y trastocar los horarios (o de ganar una hora más, alguna noche de esas que te gustaría que no terminara nunca…). Algunas webs institucionales no dudan en informar a sus ciudadanos del ahorro energético que supone. Benjamin Franklin inició el debate sobre madrugar una hora antes con medidas como: racionar las velas, hacer pagar un impuesto por el uso de contraventanas y un “dulce” despertar a base de cañonazos y campanas sin cesar. La I Guerra Mundial (1914-1918) y la crisis del petróleo (1973) ayudaron a instaurar el cambio de horario como medida de ahorro energético, aunque no exento de controversia. El economista Thomas C. Schelling también apoya la imposición del cambio de hora; según su opinión: un acuerdo general es más fácil de cumplir que esperar que lo hagamos voluntariamente para aprovechar la luz solar.
Imagen: sfer (licencia Creative Commons)
*Artículo publicado en el blog ‘Publicidad y Salud by innuo’.