El próximo 28 de mayo (2012) se celebra el Día de la Nutrición, una iniciativa de la Federación Española de Sociedades de Nutrición, Alimentación y Dietética (FESNAD), en colaboración con el sector público y privado. El lema “Enseñar a comer, enseñar a crecer” pone título a una jornada que deberíamos tener siempre presente, porque nuestras acciones de hoy se convierten en un beneficio el día de mañana.
A menudo dejamos que la corriente nos arrastre y, más que vivir, nos limitamos a sobrevivir. Pero a veces vale la pena frenar el ritmo y dedicar tiempo a lo que realmente se lo merece: a nosotras y a las personas más cercanas. La falta de tiempo es un argumento recurrente, aunque como decía Séneca, el secreto está en cómo lo aprovechamos más que en cómo se nos escurre. Y a eso vamos, a invertir en tiempo y en salud.
Las campañas que utilizan el impacto para hacernos entender que debemos cuidar nuestro cuerpo (y mente) tienen el efecto de hacernos abrir los ojos, darnos un toque de atención y hacernos reflexionar sobre nuestro estilo de vida. Pero este tipo de campañas deben ir acompañadas de políticas de salud en las que todos los sectores de la sociedad se impliquen. Y esto significa que entidades públicas y privadas deben crear sinergias para llegar a todas las personas.
Dos ámbitos relevantes en lo que se refiere a la educación en salud son la escuela y la familia, fundamentales para asentar las bases de una alimentación saludable. Según el cardiólogo Valentí Fuster, la mejor etapa para asentar las bases de una vida saludable se da entre los 3 y los 6 años. Si desaprovechamos esta etapa, nos perdemos la época en la que las emociones juegan un papel fundamental para abrir la puerta del conocimiento. A partir de los 6 años, el aprendizaje es mucho más racional y aunque siempre estamos a tiempo para incidir en los hábitos saludables del ser humano, empezar temprano es ganar tiempo y esfuerzo.
Los planes educativos deben cubrir asignaturas todavía hoy pendientes, como Educación para la Salud. Las familias no pueden obviar su deber de transmitir unos hábitos adecuados, un ambiente agradable facilita el aprendizaje (entre el juego y la actividad cotidiana, adquirimos los hábitos de forma natural, sin darnos cuenta) y lo que vean en casa será lo que reproduzcan.
Hacer participar a los peques en las tareas del hogar, como comprar los alimentos, prepararlos para comer, compartir la mesa, hacer del ejemplo una lección, encontrar un rato para charlar, salir de casa, hacer actividades deportivas en familia u otras cosas que se os ocurran, ayudará a que nuestros hijos (pero también nosotros) aprendan a comer, en definitiva, a crecer.
*Publicado en Alimentación Cardiosaludable – Instituto Flora.